
“Sin duda, en el resto de Andalucía, España y Europa, hace falta la aplicación del Yo, sí puedo”, asegura el coordinador del programa en Sevilla
Por HERIBERTO ROSABAL (nacionales@bohemia.co.cu )
(22 de diciembre de 2011)
Ismael Sánchez en 2009, en La Habana (Foto: GILBERTO RABASSA)
“Cuba nos ha enseñado a los sevillanos la mejor
definición de solidaridad: compartir lo que se tiene frente a dar lo que
te sobra. Ha puesto a nuestra disposición un magnífico programa que ya
ha conseguido sacar de la oscuridad del analfabetismo a más de mil
personas”, dijo a BOHEMIA en entrevista vía correo electrónico el licenciado Ismael Sánchez Castillo, coordinador de Yo, sí puedo en Sevilla, España,.“Desde que Fidel, nuestro Comandante, y digo nuestro porque así lo sentimos muchos que no somos cubanos de nacimiento, pero sí de corazón, puso a disposición de quién lo necesitara el programa de alfabetización Yo, sí puedo, tuvimos claro que no existía mejor iniciativa que traerlo a Sevilla para ayudar a más de 35 mil ciudadanos a los que se les había negado la posibilidad de aprender a leer y escribir.
“Estamos muy agradecidos a todas las instituciones cubanas que han facilitado que el Yo, sí puedo sea una realidad en la capital de Andalucía, desde el Mined, el Iplac, el Canal Educativo, el Partido, la UJC. ¡Hasta La Colmenita tiene mucho que ver en que exista el programa en Sevilla!
“Sin duda, en el resto de Andalucía, España y Europa, hace falta la aplicación de ese método, el problema es que los gobiernos siguen con la venda en los ojos a la hora de afrontar y combatir el analfabetismo. Solo en el Estado español existen más de dos millones de analfabetos, aunque las cifras oficiales dicen que hay 800 mil.
(Foto: CORTESÍA ISMAEL SÁNCHEZ)

“Existen muchas anécdotas, tantas que hasta hemos editado un libro -Trazos de Esperanza. Historias de Vida del Yo, sí puedo- en el que recogemos vivencias de algunas de las personas que han aprendido recientemente a leer y escribir con el método. Recuerdo con especial cariño la de Aurora, que nos contaba cómo había podido rellenar por primera vez un formulario; la de Carmen, que ya no se traía los productos caducados del mercado porque era capaz de leer la fecha; la de Nati, de 90 años, que tras recoger su diploma nos advertía que ahora pensaba aprender francés y ya nadie la paraba; la de Juan, que hoy en día se ha sacado su carné de conducir, y un largo etcétera.
“Historias como esas hacen que todos los que formamos parte del Yo, sí puedo, a pesar de los obstáculos, tengamos ganas de seguir adelante, sintiendo una gratificación inmensa por el tipo de trabajo que hacemos”.
Iletrados entre ricos
De acuerdo con datos de la Unesco de fines de la década pasada, el 16 por ciento de la población mundial de 15 años o más, es decir, casi 759 millones de adultos, no poseen las competencias elementales en lectura y escritura necesarias para la vida cotidiana.
De esos analfabetos más de la mitad viven en Asia Meridional y Occidental y el 20 por ciento está en África Subsahariana, es decir, mayormente en los países subdesarrollados.
Pero, señala asimismo la Unesco, en las naciones ricas también existen focos importantes del problema. En Francia, por ejemplo, se estima un nueve por ciento de personas entre 18 y 65 años no tienen competencias básicas en lectura, escritura y cálculo, y en los Países Bajos un millón y medio de adultos son analfabetos funcionales.
En Estados Unidos, mientras, 14 por ciento de la población carece de las competencias necesarias en lectura y cálculo; y en Inglaterra, el cinco por ciento -1,7 millones de personas entre 16 y 65 años- obtienen en los exámenes resultados inferiores a los que normalmente deben alcanzar los niños de siete años.
La princesa Laurentien de Holanda, nombrada por la Unesco Embajadora de la Alfabetización para el Desarrollo, manifestó en septiembre de este año su preocupación por el analfabetismo en Europa, donde, aseguró, 80 millones de personas tienen insuficiente capacidad lectora y, lo que es aún más alarmante, 20 por ciento de los jóvenes de 15 años no leen lo suficientemente bien como para poder funcionar en la sociedad.
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