sábado, 19 de mayo de 2012

Nuestra capacidad de asombro está en peligro

Sigifredo López  era Diputado por el Partido Liberal en el  departamento del Valle del Cauca, en el sur occidente colombiano.  El 12 de abril del 2002  estaba en su despacho ubicado en el centro político y administrativo de la ciudad de Cali, la famosa “capital mundial de la salsa”, de cerca de tres millones de habitantes. De pronto se escucharon sirenas y gritos de alarma y la terrible noticia de que había  una bomba instalada en el edificio, cosa rara, pues el inmueble  siempre esta celosamente custodiado  por policías o militares. Precisamente  unos militares llegaron oportunamente  a evacuarlos. Doce diputados que en esos momentos estaban en el edificio, entre ellos Sigifredo, fueron conducidos a un auto bus que fuertemente escoltado salió del sitio en peligro.


 Solo Sigifredo volvió a ese edificio. Seis años, nueve meses y veintitrés días después.

Los militares que los evacuaron no eran militares. Eran guerrilleros  quienes  desde las custodiadas oficinas ubicadas en el centro de una militarizada ciudad  se los llevaron  a las profundidades  de las montañas para engrosar el número de militares y políticos que la insurgencia quería canjear por sus hombres hechos prisioneros.

 No hubo canje.

De los doce diputados del Valle solo sobrevivió Sigifredo López. Los otros murieron en el año 2007 en una operación del Ejército de intento de rescate. Sigifredo fue liberado unilateralmente dos años después de esa masacre que estremeció a Colombia. Como tantas y tantas otras.

Sigifredo López está ahora en la cárcel. Un Fiscal ha ordenado su captura acusándolo de haber sido parte de los secuestradores. El país que pensaba que ya no había nada de que sorprenderse está sorprendido. Sigifredo López reclama airadamente su inocencia. La Fiscalía dice que tiene pruebas contundentes. Nadie sabe en que creer. El proceso no solo acapara nuestra  atención periodística y política. Tiene en alerta nuestra vapuleada  capacidad de asombro.

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