Carlos Mármol | 29 de julio de 2012 a las 6:06
La organización de la final de la Copa Davis, uno de los primeros hitos de la era Zoido, termina con un déficit de casi un millón de euros. El gobierno local, que afrontó en solitario la factura, culpa ahora a Junta y Diputación.
Se dice con frecuencia que una imagen vale más que mil palabras,
así que como el tema requiere gozar de una cierta extensión de página
–los análisis necesitan un mínimo de tiempo, reposo y un caudal de
argumentos– les voy a intentar resumir la cuestión a través de la breve
glosa de tres instantes temporales distintos. Todos ellos vinculados
directamente con una imagen. Una fotografía. Una suerte de metáfora.
Uno. El viaje iniciático por el río.
No sé si recordarán la instantánea. En su momento causó furor:
Zoido y el presidente de la Federación Española de Tenis, José Luis
Escañuela, triunfantes, montados en la cubierta de un barco deportivo
junto a un séquito de enchaquetados –directivos de ambas instituciones–
arribando por el río al Arenal, junto a la Torre del Oro, con la
ensaladera de la Davis en la mano.
En aquel momento la alianza mutua entre el alcalde y el máximo
responsable institucional del tenis español se había hecho estrecha –do ut des–
con el pretexto de que Sevilla había logrado el aval federativo para
organizar este importante evento deportivo. El barco, cosa que no
contaron porque rompía la épica, era prestado: un amigo de Serrano
(Gregorio), uno de los hombres para todo del regidor, hizo las gestiones
pertinentes.
Conocía el gremio: es aficionado a la náutica. De ahí que, frente a
lo que le ocurrió a otros capitulares, tuviera el inmenso privilegio de
salir en la imagen institucional, protagonismo que la Alcaldía reserva
exclusivamente para el alcalde. La expedición recordaba a las míticas
incursiones de los antiguos normandos que en el siglo IX llegaban a Isbilya en busca del posible botín que pudiera ofrecer una ciudad, por entonces, en manos de los infieles. La expedición de la Davis, en cambio, venía en son de paz. El acta del negocio ya había sido rubricada.
En esencia: el alcalde, recién llegado al poder, rentabilizaba en
términos políticos el evento deportivo y la Federación de Tenis se
garantizaba una línea de crédito abierto procedente de los fondos de una
administración pública para costear el evento. Algo nada fácil en un
contexto económico pésimo que aconsejaba no hacer locuras con el dinero
común. Valencia fue la única competidora de Sevilla. Madrid y Málaga se
retiraron antes de la liza.
Dos. La tierra batida.
Un día antes de que comenzase el torneo en el Estadio de la Isla de
la Cartuja, cuando la moda entre los simpatizantes sociológicos del PP
municipal era hablar de tenis con una naturalidad pasmosa, al igual que
en las estivales carreras de caballos de Ascott se diserta sobre los
tocados y sombreros de las damas, regulados por el estricto protocolo
británico, el alcalde abría la sección deportiva de todos los
telediarios probando personalmente con su raqueta las pistas de tierra
batida, donde unas horas después los equipos nacionales de España y
Argentina –con sus respectivas estrellas– se disputarían la ensaladera.
Zoido, vestido con un polo y ropa deportiva, practicaba su famoso
revés ante un oponente cuya única misión cierta consistía en facilitarle
al regidor el cómodo intercambio de golpes. Llamar a aquella ceremonia peloteo
no era una licencia expresiva con mala intención, sino una obligación
descriptiva. Sevilla organizaba la Copa Davis para que Zoido contase
nada más llegar al gobierno local con una plataforma mediática a su
medida.
La versión oficial ponderaba los beneficios económicos que la cita
deportiva tendría para las empresas sevillanas y situaba por toda la
ciudad un lema: Sevilla, ciudad talismán. Una frase que parecía
tener en realidad mucha más vinculación con la reciente victoria
política del regidor en las municipales, que lo convirtió en la estrella
emergente de un PP en su mejor momento electoral.
La vinculación entre deporte y política ha sido desde entonces una
constante del año largo de gobierno del PP en el Ayuntamiento. Una
estrategia que busca utilizar en su propio beneficio el inmenso
potencial de los eventos deportivos, de seguimiento masivo. Una táctica
para consolidar y fortalecer la imagen del regidor, que practica desde
sus tiempos en la oposición un populismo de sonrisa perpetua que
consiste en encabezar personalmente todas las muestras de entusiasmo por
cualquier cuestión que se presuma de impacto popular: desde las
victorias deportivas a iniciativas de corte televisivo, como la famosa Operación Talento.
Tres. Una medalla para Escañuela.
Tras el torneo, que salió redondo en términos deportivos –victoria
de España en una final emocionante– y políticos –vino el Rey y hasta
Griñán tuvo que acudir a un palco al que previamente se había negado a
ir– parecía obligado agradecer el favor a quien permitió a Zoido
alcanzar semejante cuota de pantalla. Se impuso el patrón habitual. Era
justo el que usaba Monteseirín: hacer de la entrega de las medallas de
la ciudad la ocasión propicia para, bajo el paraguas de los beneficios
generales, pagar favores particulares. Algo que el antecesor de Zoido en
la Alcaldía hizo de forma repetida, constante.
Así llegamos a la tercera instantánea, en este caso inédita: el
alcalde concediendo una de las medallas de Sevilla a José Luis
Escañuela, presidente de la Federación de Tenis, amigo del regidor y hacedor
de la operación para que la Davis viniera a Sevilla. Que el premiado
fuera un abogado con conocidos antecedentes republicanos fortalecía
todavía más la imagen de Zoido como nuevo símbolo de concordia política.
Escañuela, sin embargo, no fue a recoger el galardón.
Había, no obstante, quien se preguntaba entonces cuánto nos había
costado –a todos– esta sucesión de imágenes egregias. El Ayuntamiento,
sabedor de que los números no le eran favorables, ha dilatado todo lo
que ha podido la respuesta. Esta semana el habitual concejal en alza,
Gregorio Serrano, desvelaba las cuentas: un déficit de casi un millón de
euros.
Cifra que incumple la promesa del PP: la organización de la final
de la Davis sería un gran negocio para Sevilla y tendría coste cero para
los contribuyentes. No es verdad. Y es un problema: en el momento más
delicado de los recortes municipales, la fiesta –innecesaria– del torneo
nos deja otro balance de números rojos. Si tenemos en cuenta que una de
las promesas del gobierno local fue administrar el dinero de los
sevillanos con sobriedad, el episodio, como mínimo, resulta molesto.
Rompe el discurso.
El PP culpa ahora de este déficit a las instituciones del PSOE:
Junta y Diputación. Su argumento: como no pusieron el dinero previsto
(por el Ayuntamiento), al contrario que en 2004, el balance tenía que
ser por fuerza negativo. De esta justificación, tan débil, se deduce que
lo del déficit cero no era más que una promesa virtual. Lo que el PP perseguía era socializar
las pérdidas del torneo. Autofinanciarse no es lo mismo que una deuda
subvencionada. Quien decidió correr con todos los gastos en solitario
fue el Consistorio. Por tanto, la responsabilidad es estrictamente
municipal.
Al PP no parece importarle el fondo de la cuestión: que los
ciudadanos sean siempre quienes paguen este tipo de cuestiones. Lo que
no explica, ni va a explicar, es por qué el Ayuntamiento, que aceptó las
condiciones leoninas de la Federación, incluidos los gastos suntuarios,
incumplió su propio presupuesto. El gobierno local dijo que la Davis
costaría 2,5 millones de euros. La factura final ha sido de 3,8
millones.
La reutilización de la cubierta, que se compró en vez de
alquilarse, sigue siendo un misterio. ¿Dónde está la cubierta? ¿Puede
realmente reutilizarse? Todo esto recuerda al célebre ubi sunt de los clásicos. ¿Dónde fueron a parar los tiempos de austeridad? ¿Dónde está el cambio
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